Los cuentos de hadas del Loira

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Ya estamos en casa. En vista de que ese servicio telefónico llamado con el impronunciable nombre de roaming funcionaba fatal y era más caro que la mortaja, tras una sabia reflexión en el tren que nos llevó hasta Orleáns decidí dejar el relato del viaje para la vuelta.

Éste ha sido nuestro segundo viaje largo en bici y me ha servido para reafirmar que viajar sobre dos ruedas me encanta. Tienes toda la libertad del mundo y en un recorrido como el de los castillos del Loira te viene muy bien si te apetece pedalear poco y ver muchas cosas o al revés. Y Francia…. Cómo mola Francia. Parece mentira que en apenas unos kilómetros la cosa cambie tanto: las autopistas tienen áreas de pic nic con agua y baños cada dos por tres, tienes campings estupendos a muy buen precio en cada rincón desde 8,39€ (el más barato en el que hemos estado; el resto, entre 10€ y 12€ y uno de 27€ de cinco estrellas que era nuestra única opción y en el que no volverán a verme…), hasta el croissant más churriano está muy por encima de la media, por no hablar del pan; puedes comer cada día una clase diferente de queso y volver sin haber probado ni la mitad… Y, sin embargo, las cosas como son, es un país caro, carísimo y requetecaro en lo que se refiere al ocio y sus horarios son tope europeos. Vamos, que sus once de la noche son como nuestras cuatro de la mañana… Nadie es perfecto, ni los franceses!

En cualquier caso, la combinación bici-camping nos ha ido de maravilla. Nuestro periplo comenzó en Orleáns y desde allí decidimos ir parando donde nos apetecía, sin hacer las etapas que recomendaban en blogs ni guías. Hubo sitios a los que queríamos ir, como los castillos de Chambord o Rigny-Ussé, o ciudades como Amboise o Nantes. Pero incluso esos planes los encajamos sobre la marcha.

La ruta es absolutamente preciosa. Por carriles bici asfaltados, llana en su mayoría (aunque no descartéis alguna cuestaca cuando menos lo esperáis), circula al borde del Loira, el único río europeo que no está represado y que, por ello, ofrece escenas chulísimas, desde colonias de aves acuáticas, hasta islas naturales o la misma gente disfrutando de un río al que no han dado la espalda. Y cuando no discurre por la ribera, atraviesa campos de maíz, trigo, centeno, viñas y más viñas, huertas particulares y hectáreas de cultivos rodeadas por blooms de flores para favorecer la polinización. Detalles que dicen mucho sobre la mentalidad francesa y su relación con el medio agrícola y natural y que me recordaron mucho al aspecto del carril bici del Danubio.

El atractivo turístico de esta ruta – por la que discurren ciclistas de todo tipo, parejas, señores y señoras octogenarios, familias enteras – que también sirve para unir en bicicleta unos pueblos con otros, se centra en sus impresionantes chateaux, algunos de los cuales todavía están habitados en una parte por los herederos de turno. Tengo una alumna que dice que cuando se encuentre la maleta con el millón de euros que espera, se comprará uno de estos castillos. Y cuando los ves, por dentro y por fuera, entiendes perfectamente por qué lo dice.

Confieso que a mi el tema castillo no es algo que me apasione pero simplemente pisar la puerta de entrada de una de estas edificaciones y mi imaginación volaba al momento en que la gente vivía allí su día a día. Algunos son medievales, la mayoría fortalezas, y otros han sobrevivido al paso del tiempo porque alguien se enamoró de ellos y decidió adquirirlos y restaurarlos. Me impresionó Chambord, con sus decenas de hectáreas reconvertidas en un espacio expositivo para distintos artistas; Villandry, adquirido por el extremeño Joaquín Carvallo y cuyos jardines estilo Versalles son en realidad huertas donde las lombardas, los apios y las aromáticas se combinan en composiciones de colores y formas alucinantes; Amboise, que guarda las habitaciones medievales tal y como eran, con su austera decoración y sus chimeneas gigantes que todavía huelen a leña quemada; Rigny-Ussé por aquello meterte en la cabeza de Perrault y entender que sólo allí podría haberse inspirado para escribir La bella Durmiente; Nantes, que ha decidido convertir su castillo en un museo sobre la ciudad de los más interesantes que he visitado, y en cuyos fosos un artista español había dejado flotando hombrecillos con traje y maletín embutidos en salvavidas rojos… Merecen la pena. Nos dejamos algunos en el tintero, bien porque no nos cuadraba en el plan o porque no estábamos por la labor de pagar 18€-25€ por la entrada. Os lo dije, Francia es cara. Pero no os asustéis, que los más bonitos no cuestan tanto!!

Y para una amante del panarrismo y las viandas como una servidora también es un viaje bien aprovechado. Así que prometo una entrada gourmet!!

Deja un comentario

Nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

Web


*