Tailandia: El paraíso caótico

mango sr2

Leo la última entrada de este blog y me parece que han pasado siglos… ¡Ya estamos de vuelta! Siempre he pensado que es mejor dejar reposar los recuerdos unos día antes de ponerse a escribir. Pero también corres el riesgo de que la vida te enganche de nuevo y no te suelte hasta que le venga en gana así que… ¿Nos vamos de viaje a Tailandia?

Mi primer viaje a Asia y espero que no el último. Reconozco que al que llaman ‘el país de la sonrisa’ me lo imaginaba de otra manera. No sabría explicaros cómo y no lo digo en sentido negativo ni mucho menos. A veces nos hacemos una idea y, afortunadamente, la realidad nos la desmonta y nos hace hueco mental para lo que es en realidad. Para mi Tailandia ha sido el país de la comida excelente, la contaminación y el paraíso natural a partes iguales, los 7Eleven, los mercados en la calle, los millones de comercios de todo tipo, las decenas de clases de arroz, los tuc-tuc, los cables aéreos, las chancletas, el picante, las frutas exóticas, la cerveza y los daiquiris de banana, los peces y los pájaros multicolores, los elefantes, los restaurantes de suelo de arena y váter de agujero en el suelo, los atardeceres espectaculares, los olores mezclados, los templos llenos de flores, los monjes budistas, el tráfico imposible y el jugarte la vida para cruzar la calle… Un caos que fluye como si nada a los ojos de alguien como yo que proviene de un lugar totalmente distinto, digamos, muy ordenado.

Por lo poco que sé de Asia, me consta que este choque no es tan brutal aquí como en otros lugares como China o Japón. Pero lo es, al fin y al cabo. Hemos visitado pocos sitios pero muy variados: la ciudad de Chiang Mai, el parque nacional de Khao Yai y la isla de Koh Tao, además de pasar horas sueltas en Bangkok. Apenas unos retazos de un país enorme y muy diferente del norte al sur que en estos días estaba a las puertas de unas elecciones y sacaba a la calle las protestas de quienes están cansados de la corrupción de sus gobernantes. Sobre unos y otros, la figura casi divina del rey, un hombre de 86 años cuya fotografía estaba en todos los rincones del país, respetado, venerado y homenajeado a base de palacios, monumentos y edificaciones de todo tipo.

La visita a Bangkok nos la saltamos por razones obvias. No nos apetecía mucho lidiar con las manifestaciones después de 15 horas de vuelo y decidimos marcharnos directamente a Chiang Mai. Esta ciudad es una de las más turísticas de Tailandia, un buen sitio para empaparte de templos y más templos, hacerte una idea de cómo es el día a día en una urbe tailandesa: sin semáforos ni pasos de peatones, con un nivel de contaminación que aquí nos daría la risa, con coches hasta en la sopa… no te aburres, vaya. Pero también es un buen sitio para empezar a descubrir su exquisita comida. Dicen que la cocina de este país es una de las más apreciadas del mundo; yo sólo sé que me ha encantado.

Admiro la habilidad de cocinar producto fresco en apenas cinco minutos y que te quede un plato diez. Coger cuatro verduras, tres condimentos, dos raíces y unos fideos y cascarte un platazo con una combinación de sabores que no se parece en nada a otro de similares componentes y distinta forma de elaboración. Para mi, la cocina thai tiene tres virtudes: es rápida, sana y sabrosa. El arroz es el hidrato de carbono por excelencia y el ‘pan’ de los tailandeses. Los fideos de arroz o de alubia también son la base de muchos otros platos, que combinan con verduras tipo brotes de soja, zanahoria, guisantes o setas y otras menos empleadas por aquí e incluso desconocidas como las eggplants, una berenjenitas enanas de color verde, la morninglory, una especie de borraja, o la hierbaluisa, como si fuese un puerrito con sabor a limón. El pollo, el cerdo, las gambas o los calamares son la proteína que acompaña a esos platos. Y lo qeu corona su sabor son los condimentos.

El primer acercamiento a los ingredientes tailandeses lo hicimos en el mercado de Warorot. Fue un sitio al que acudimos por casualidad, uno siempre piensa que va a encontrarse con cuatro puestos y uno cerrado pero, bienvenidos a Tailandia, en este país las cosas se hacen a lo grande. El edificio del mercado, cercado por cientos de puestos que forman un mercado en sí mismos, tiene cuatro plantas en las que se albergan puestos de verduras y fruta, pescados, carnes y animales varios, restaurantes, textil, ropa, complementos, artesanías, joyas y hasta cortinas para el baño. Fue nuestro primer mercado y el que nos dejó con la boca abierta. El concepto de oferta y demanda se multiplica al infinito en este lugar, en el que uno se pregunta si los vendedores realmente sacarán para vivir. Con el paso de los días descubriríamos que como éste hay muchos mercados y que merece la pena perderse en ellos y dejar que el tiempo pase.

En Warorot compramos arroz de varios tipos, té, frutas deshidratadas y mochi balls, que no son thais precisamente pero que se me antojaron en ese momento. Si había turistas se difuminaban entre los lugareños que acudían allí a hacer sus compras y sabían perfectamente qué vendedor tenía las tortugas más frescas nadando en un barreño con agua. Seguramente este lugar no hubiera cumplido ni con media de nuestras normas sanitarias pero lo cierto es que cuando se trata de comida, los tailandeses son muy pulcros. Las frutas son mi debilidad y, auunque había señoras pelándolas en directo para venderlas (jack fruit, dragon fruit, mangos, papayas, lichis y otras innombrables) aquí se te iban los ojos con todo. Ruedas de flores secas de crisantemo para tomar como infusión contra el colesterol, tripas de cerdo fritas en aceite hirviendo a modo de snakcs, decenas de tipos de setas y de chiles, el picante estrella de la cocina thai, raíces como el jengibre o la galanga y pescados macerados de los que se saca un jugo marrón y asqueroso que luego sabe divinamente como condimento de sus platos, salsa de ostras, dulces a base de arroz inflado y sésamo…

Este mercado nos animó para visitar otros, como el Saturday Night Market, mucho más turístico pero muy interesante en cuanto a los puestos de comida, otra de las joyas de Tailandia. Ya sé que suena a ‘oh, soy una turista obnubilada por todo lo nuevo que ven mis ojos’ pero yo que necesito mi espacio para hacer una tortilla, aluciné con cómo una persona en apenas un metro cuadrado de puestito (que a veces era un ciclomotor) tenía el espacio suficiente para hacerte deliciosos crepes de todo tipo, pinchitos de carne, arroz con verduras, frutas y zumos o mi postre favorito tailandés: sticky rice with mango, o una especie de arroz muy gomoso y dulce que se cuece al vapor y se sirve con leche de coco y mango fresco. Todo ello a un precio irrisorio y con una presentación divina.

Tailandia come en la calle como si tal cosa y la calidad de su comida en este formato es excelente, comparable a la de cualquier restaurante, con el único condicionante de encontrar un asiento para degustarla. La variedad no te deja indiferente ni te aburre en absoluto y hasta encontramos un pequeño barcito ambulante que vendía vinos ecológicos de fresa y lichi dentro de un proyecto universitario. ¿Imagináis quiénes eran su principal clientela? Occidentales, of course :)

Si nos hubiéramos quedado sólo en el conocimiento de los ingredientes con las visitas a los mercados o a los restaurantes la cosa se hubiera quedado un poco coja, ¿no os parece? Así que decidimos hacer un fantástico curso de cocina tai. Os lo cuento en breve.

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