De tourné

Todos los años hay un finde en Vitoria como el último que acabamos de tener, en el que de pronto, todos los vitorian@s que estaban escondidos en sus casas salen a la calle como los caracoles con los primeros rayos de sol, con sus anheladas camisetas de manga corta o de tirantes, tomándose su cervecita en su anhelada terraza y alargando el día hasta la madrugada en una anhelada sesión de un prematuro verano que no sabemos si será. Y todos los años, después de ese finde, nos congelamos de frío
Del pasado fin de semana casi ni me he enterado, ha sido uno de esos findes en los que nuestro maravilloso carro (donación de la gran Mari Carmen) nos ha acompañado incondicionalmente: el viernes viajó a La Cocina del Muelle 3 de Bilbao, después descansó 220º mientras estrenábamos nuestro curso de croissants y viennoiserie francesa y el domingo volvió a montarse en el maletero de un coche para recalar en Gebara y transportar todos los ingredientes para un curso de pizza y focaccia que parecía impartido en la mismísima Toscana italiana
Si alguien me hubiera dicho hace dos años y pico que 220º no sólo iba a estar en la Herre sino que se iba a recorrer la geografía cercana con sus talleres en la mochila no me lo hubiera creído. Seguramente esto casa muy bien con la manía que tenemos de no valorar en su justa medida lo que uno hace, pero ése es otro tema.
Salir fuera es como renovar el escenario. Y salir fuera de tu espacio porque fuera también hay interés de aprender es una realidad que a veces se nos olvida. Al margen de la fantástica cocina que lleva Elvira en Muelle 3, estos últimos meses he tenido la oportunidad de impartir cursos en Menoio, Aberasturi, Maeztu y Gebara. Y estas visitas se han completado con una colaboración radiofónica que hago todos los lunes dedicada al sector primario. Aunque os parezca que son dos cosas que no tienen nada que ver, están directamente relacionadas para conocer un poco (sólo un poco) el día a día de los pueblos.
Cada sitio ha sido diferente, aunque en todos el 99% de alumnas eran mujeres. Mujeres que llevan en el pueblo desde siempre, que acaban de llegar en busca de una mayor calidad de vida, mujeres que tenían que cuadrar las fechas del curso con la recolección de la patata, mujeres que antes de un curso que empieza a las 9.30h han hecho la comida, han dado de comer a los animales, han hecho el desayuno para la familia, la compra…; mujeres que se pelean a diario su trabajo desde el sindicato, mujeres que se pelean a diario su esfuerzo desde su pequeño lugar en el mundo, mujeres que se conocen, que no tienen tiempo de verse y que aprovechan el curso para encontrarse y disfrutar, mujeres activas que hacen yoga y pilates y gimnasia y pintura, mujeres que trabajan en la ciudad pero hacen piña para que el pueblo tenga mejores servicios,… Mujeres, en fin, que para mi son súper mujeres.
Y también, al César lo que es del César, me he encontrado con unos cuantos hombres llenos de curiosidad, con un sentido del humor envidiable, hombres jubilados, otros en paro, más mayores, más jóvenes, algunos poco acostumbrados a estar con tantas mujeres en un escenario de igualdad y otros que han dado vidilla a sus compañeras con sus chascarrillos pese a ser, como yo los llamo, los ‘benditos entre todas las mujeres’.
En estas ocasiones en las que me he ido a un pueblo a dar un taller, me reencuentro con la vida que llevaban mis abuelos (y mis padres durante muchos años) y que, en algunas cosas (no en todas) me parece reconfortante. Es como si estuviera en casa, de un plumazo. Una sensación que no sé explicar muy bien con palabras pero que me lleva a un lugar confortable, donde todo el mundo te trata como si fueras de la familia, un entorno de confianza donde pasas a ser una más. Te cuentan sus cosas, te preguntan, te aconsejan, te regalan una barca de membrillos o un tarro de mermelada casera, te hablan con orgullo de su ermita y de lo ricos que les salen los roscos de Reyes desde que les enseñaste a hacerlos.
Supongo que la vida en un pueblo tiene muchas cosas buenas y otras no tanto. Yo recuerdo lo que me contaban mis abuelos y reconozco que, pese a muchas incomodidades, imagino que ahora superadas en su mayoría, parecían estar bastante a gusto. Como los alumn@s que yo he tenido hasta el momento. No sé si yo sería una buena candidata para vivir en un pueblo. Lo que sí sé es que es una forma de vida bien cercana que a veces nos queda demasiado lejana. Me parece que no tenemos mucha idea de los problemas, inquietudes y demandas de quienes vivien en los pueblos, todos diferentes. O sí, pero bastante tenemos con lo nuestro. Sólo sé que me encanta conocer la geografía a golpe de amasado.