Viena o el campo de batalla de la Sacher Torte

Después de una semana intensa, me siento un ratito para terminar con el relato gastronómico de nuestro viaje por el Danubio. Nuestra meta bicicletera fue Viena, a esta hermosa ciudad llegamos como si fuera la tierra prometida. Permitidme el paréntesis emotivo, pero es que si alguien me hubiera dicho hace dos años que iba a pedalear durante tres semanas una distancia de casi mil kilómetros, todavía me estaría riendo. Sin embargo, lo hice, vaya que si lo hice. En buena compañía y con un destino perfecto: Wien.
En la última entrada os hablaba de la devoción que los alemanes tienen por la carne de cerdo en todas sus versiones.En todas las cartas el snitzchel era el rey. pero en Austria era… el emperador. Fue curioso cuando cruzamos la frontera porque, en realidad, allí esa palabra se refiere al filete empanado de toda la vida que… tacháááánnnn… ¡¡es el plato estrella de la capital austríaca!! Sí, queridos, el glamour de Mozart sabe a ternera albardada, eso sí, del tamaño de una pizza para 8 comensales. Un plato que no nos terminó de convencer mucho y no llegamos a probar. Y no fue por falta de oportunidades; para que os hagáis una idea, la hamburguesa y el perrito no tienen lugar en los restaurantes de comida rápida vieneses que se postran ante el filete albardado como si fuera el manjar de los manjares.
Algunos días nos dimos un homenaje con repostería deliciosa, en la que las semillas de amapola son protagonistas. Pero, cómo no, en Viena no pudimos hacer otra cosa que sucumbir a la deliciosa tarta Sacher (Sachertorte). Esta majestuosa ciudad es la cuna de un dulce no menos majestuoso, que a mi me suena a merienda de aristócratas. Y son dos los lugares que aún a día de hoy se disputan su confección original, pese a que los tribunales ya dictaron sentencia.
Visitamos los dos sitios que libran la batalla del descubrimiento de la tarta, allá por mediados del siglo XX. El responsable de esta delicia fue Franz Sacher. Su hijo Eduard trabajó como aprendiz de pastelero en la pastelería confitería Demel y después fundó el Hotel Sacher, donde también se elaboraba y servía. Cuando murió, su mujer Anna siguió con la estela del marido hasta que los herederos se disputaron la autoría de la receta. Obviamente, podéis imaginar que esto mueve mucho dinero, sobre todo en cuanto al turismo se refiere. Finalmente, el juez dictaminó que el hotel tenía la legitimidad de comercializar la tarta con la etiqueta de original (y unas ridículas pautas sobre cómo reconocerla, tales como los bordes dorados de la caja donde te la venden…). No obstante, Demel también la sirve y continúa jactándose de ser el obrador original donde se ha elaborado de siempre este bizocho de chocolate relleno de mermelada de albaricoque y cubierto de chocolate amargo y crujiente…
Reconozco que la tarta Sacher a mi me parece una bomba de relojería Pero degustarla sentado en el clásico salón de té del Hotel Sacher es un gustazo; incluso se te olvida el pésimo servicio y la elevada cuenta… En Demel no pudimos comerla, se había terminado. Sin embargo, nos zampamos un strudel de manzana y una tarta con ganache de praliné que no envidiaron en absoluto al famoso postre. Y además me tiré un buen rato viendo cómo trabajaban los pasteleros y confiteros en el gigantesco obrador que este local tiene a la vista del turista. De acuerdo, aquello parece la romería de Lourdes; pero hay que saber abstraerse, ¿no?
Viena tiene mil rincones que merece la pena visitar. No sé si volvería otra vez, pero disfruté mucho de sus parques y sus callejuelas y, sobre todo, de sus mercados de corte árabe. Como toda ciudad turística que se precie, a veces es complicado escapar de la marabunta. Pero si algún día la visitáis, al margen de museos o de la estela de Mozart, coged una salchicha de uno de los miles de puestos que hay o un buen café vienés y tomáoslo en uno de los preciosos parques que oxigenan el interior de esta mole. Al final, esos son los pequeños retazos que dibujan los grandes viajes.